19.3.09

LA VISION

¿Se atrevería a ir hasta el final? Al fin y al cabo estaba sola. No había nadie más en la casa que pudiera interrumpirla. Aquél instante del día, cuando se fundía con la humanidad, se sentía tan suya, tan dentro de sí misma.
Todos se habían ido a misa. Era domingo. 11 a.m. El párroco Meléndez seguramente se encontraba en la mitad de su sermón. La noche anterior había bebido demasiado. Los feligreses, adormecidos en sus butacas. Esperando el bendito “Que así sea…” que los librara de aquel suplicio eterno.
Mientras tanto, algo se revolvía en su estómago. Sentíase rebelde por el simple hecho de haberse negado a participar de semejante parodia. La vida le había demostrado que no servía, no le hacía ningún bien. Ella vivía solo para esos momentos en que la soledad hogareña le daba cierto refugio, le permitía alejarse y volar bien lejos de todos ellos y simplemente ser auténtica consigo misma, fuera de prohibiciones.
Lentamente cruzó la habitación. Se estremeció momentáneamente, y lo vió. Estaba parado frente a ella. Rígido de la sorpresa. Las mandíbulas apretadas por su repentina aparición. La miraba fijamente, y ella sintió la obligación de mantener la mirada. Se sintió en un juego mortal, donde quien bajara la vista primero, moriría. Y murió. Pero de esta forma pudo contemplar su cuerpo musculoso, los anchos hombros, los brazos fuertes. Su cabello estaba algo alborotado, lo suficiente para tentar a meter los dedos y revolverlo aún más. No había nada en él que no le gustase, así era como debería ser. De pronto imaginó toda una vida, lo feliz que sería de estar ahí. Le sonrió. Pensó en lo sensible de sus sentimientos, de su interior. En lo frágil que era una cuando le importaba. Y que tan absurda se volvía una cuando… Se imaginó festividades, años nuevos, vacaciones en alguna playa desierta donde pudiera ser libre. Momentos que la hicieran exclamar de felicidad: “¡Mira aquella gaviota! Mira su planear majestuoso… ¿No es sencillamente perfecto?” Ella viviría para esos momentos, para estar así, para ser así. Que tranquila se sentiría por las noches cuando las arañas que anidaban en su estómago dejaran de retorcerse. Cuando dejaran de gritarle “¡¡cobarde!!” cada vez que lo pensaba, que sentía ese tirón que la llevaba a salir de la coraza en la que vivía. Pero no podía abandonarla. Se sentía segura ahí. Triste pero segura. Y después de todo, ¿qué es una sin seguridad? Se vió reflejada en los ojos de aquél muchacho apuesto, y sintió que el anhelo crecía en ella a pasos agigantados. Pronto todo cambió, y los ojos de aquél que la mirara con ternura, destellaron reproche, recriminación. Él sabía lo que ella pensaba, lo cruel que era por ser tan miedosa, tan mezquina con su libertad. Imágenes de escenas vividas salieron sin fin de sus labios apretados. No sabía como, pero ese hombre la leía entera. Le recriminaba sus faltas, se las echaba a la cara. Estaba acostumbrada al maltrato, pero esto fue demasiado para su cuerpo pequeño, encogido bajo el peso del vestido. Había sido suficiente. Se hartó. “Siempre la misma sensación…” Sacó todo el coraje que guardaba. Se enfureció. “Basta de tantos reproches, de su juzgar eterno…” ¿Quién era él para decirle qué hacer, cómo o cuándo? ¡Él no tenía ni voz ni voto! ¡Él no prevalecía! Cansada, dio un tirón a la manta y tapó su reflejo en el espejo.

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